No suelo escribir en primera persona, de hecho, llevaba muchos años sin hacerlo, pero desde que apareció el Callejón de Graná se está convirtiendo en algo habitual y hoy, con este artículo, la primera persona es inevitable. Es el Día de la madre y me he preguntado: ¿por qué nos gritan las madres?
Hoy me he despertado en la cama, he cogido el móvil, he abierto las apps de redes sociales y Facebook me ha recordado algo que escribí en mi perfil personal para el Día de la Madre de 2012:
“Felicidades a todas las madres, porque sin ellas no habría regañeras, alpargatazos (¡uy!, esto ya no se puede hacer, solo generaciones de los 80 para atrás), gritos… pero es que tampoco habría cosas como: niño haz la cama que va a echar a andar sola; niño como no te comas las lentejas te pongo el plato de sombrero; ¡niño ven ‘acápacá’!; voces por la ventana de «¡niño sube a comer!»; ¡niño como tenga que bajar yo vas a subir calentito!… entre otras mil. Pero sin ellas no habría besos, mimos, consentimiento, hacer la vista gorda delante del papa, notar como, aunque te diga mil barbaridades, se sacaría los dos ojos por ti y, sobre todo, ninguno de nosotros estaríamos aquí disfrutando de todo lo maravilloso que una madre hace por sus hijos, a pesar de que no hayamos entendido la mayoría de las veces nada de nada. Por todo esto y por más… ¡¡¡te quiero MAMÁ!!!”
Han pasado seis años y mi manera de escribir y de pensar, como es lógico, han cambiado. Lo que no cambia y nunca cambiará es la relación que existe entre una madre y un hijo. En mis palabras de 2012 bromeaba con respecto a la forma en que las madres de los 70 y los 80 criaban a sus hijos, porque es la que yo he vivido.
Todo era muy diferente a cómo es ahora. En aquella época no había consolas. Bueno, estaba la Atari y aparecía una incipiente Nintendo Nes, la Master System de Sega y el Amiga 500 (después del Amstrad CPC 664K, con pantalla fósforo verde, en el que para jugar a algo había que hacer un máster antes).
La vida se hacía en las calles. Nuestros padres no nos estresaban con cientos de actividades extraescolares (cierto es que no había tantas exigencias). Había pandillas, patuleas de niños que no inventaban nada bueno y que tenían que quemar energía de alguna manera. Pues ya tenemos un caldo de cultivo óptimo para ser vociferado por una madre.
Cuando uno era pequeño, por muchos niños más con los que estuvieras jugando, si salías del campo de visión de tu madre, la cosa se volvía trágica. Que tu madre se asomara a la ventana y no te viera, era casi para movilizar a los GEOS. ¡Pero si es que antes de ‘bajarte’ tu madre ya te había dicho que no te fueras lejos! Ya tenías a tu madre gritando tu nombre por la ventana, lo cual hacía efecto llamada para el resto de las madres de los niños de la pandilla y ya sabías que algo te caía encima.
Pero es que, cuando volvías, tu madre ya había bajado a la calle a buscarte y te cogía de la oreja mientras te examinaba como el que está comprando un artículo en Wallapop: no se le escapaba una. Como tuvieras el más mínimo rasguño o como llevaras la más mínima mancha en la ropa… el paseíllo de las voces hasta que llegabas a tu casa no te lo quitaba nadie. Pero es que no se quedaba solo en el ascensor, seguía mientras te quitaba la ropa, te bañaba y te curaba. Y te bañaba que parecía que estaba desollando conejos… ¡‘la vín’ que energía en la esponja!
Después de poner este ejemplo tan gráfico que ya nos ha puesto en situación y nos ha hecho recordad con anhelo, podemos recordar que nos gritaban también cuando no hacíamos caso, nos peleábamos con nuestros hermanos, no comíamos, no queríamos irnos a dormir, no queríamos levantarnos, no queríamos ir a asearnos, no hacíamos los ‘mandaos’, por las notas… ¡por todo!
Hoy en día se vive de manera diferente, pero las madres siguen gritando, aunque es verdad que menos. Se es más permisivo con los niños, pero el sentimiento de una madre es el mismo. A pesar de que, tristemente, la vida de los niños en las calles es apenas inexistente, sigue habiendo motivos por los que gritar. Ahora, quitando la parte de la calle, se grita porque los niños no dejan de jugar a la consola, porque no se recoge la habitación, no se hace la cama y muchas cosas que ya se han enumerado, aunque muchas de estas también eran motivo de grito antaño.
Con el paso de los años, aunque la relación con la madres sigue siendo tan especial y siempre será de amor reñido y seguirán las voces (una madre no se olvida de pegar una bronca jamás), uno puede llegar a entender a qué venían todas esas voces que nunca sabíamos por qué no cesaban: cuando tu madre se asomaba a la ventana y no te veía, le daba un vuelco el corazón; cuando te veía herido, a ella le dolía esa herida mil veces más que a ti; cuando te veía sucio, le estabas dando trabajo, un trabajo que era muy grande cuando tenía que sacar una casa adelante con varios hermanos más; cuando te apretaba con la esponja, lo hacía por no estrellarte contra la pared, después del mal rato que le habías hecho pasar; cuando no comías, gritaba porque quería verte crecer sano con unos alimentos que ella posiblemente no había tenido…
Por muy contradictorio que sea, tu madre te gritaba y te caneaba por amor. Te daba la murga porque te quería y porque se preocupaba por ti. Porque, aunque nunca se lo agradeceremos ni pagaremos, ella nos ha llevado dentro durante nueve meses y ha sufrido y padecido cada llanto y cada moco que se nos ha caído. Una enfermedad nuestra era un puñal en el corazón para una madre…
Por todo esto y por mucho más, ¡benditas voces! ¡Que no se apaguen nunca las voces de una madre y menos de la mía, que aún me grita! ¡Gracias a todas las madres por desvivirse por sus hijos, especialmente a las de mi generación que tan difícil lo tuvieron cuando eran niñas y cuando fueron madres! ¡Feliz Día de la Madre!