Llegaba el Día de la Cruz de este 2018, una jornada festiva en Granada que llegaba con una expectación especial, ya que, después de muchos años, se volvía a dar permiso a algunas cruces para que instalaran barras en las calles. Esto propició la aparición de botellones, especialmente en el Centro de la ciudad y en el Realejo, donde acabaron todos los jóvenes que la Policía Local desalojó del Albaicín. El antiguo barrio árabe disfrutó de las cruces, mientras que la zona centro padeció el botellón.
Claro que también hubo lugares en el Centro donde la tradición de ir a ver las Cruces se vivió. Esa auténtica tradición que arrojaba un ambiente extraordinario en toda la ciudad, en el que la gente se tiraba a la calle a contemplar los laboriosos montajes de las Cruces y tomarse una manzanilla con el sentido de compartir y charlar con la familia o con los amigos, mientras las sevillanas, las rumbas o las granaínas eran la música de fondo.
Pero, desafortunadamente, estos lugares quedan en un segundo plano, aunque no les falte el público. La obra de arte que cada año se monta en la Corrala de Santiago, es un espectáculo para los sentidos. Otro ejemplo similar podría ser el de la Plaza Larga, donde los vecinos se unen para hacer brillar aún más este lugar tan mágico.
Precisamente la Plaza Larga tiene mucho que ver con este blindaje que ha sufrido el Albaicín, aunque para entenderlo todo, hay que remontarse algunos años atrás. A finales de los 90 y a principios de los 2000, comenzó a implantarse la cultura del botellón en Granada y, por desgracia, un día tan familiar como el 3 de mayo, se convertía en un desfase de alcohol y orines por toda la ciudad, donde las Cruces y su tradición no importaban, lo que, a la postré, conllevó a la prohibición de las barras y del consumo de alcohol en la vía pública.
Hace dos años, este botellón volvió a Plaza Larga, donde, además de ser invadida por miles de jóvenes alcoholizados que hacían sus necesidades por las esquinas de las calles aledañas, se produjeron varios destrozos en el montaje de la cruz.
Este año se ha querido buscar un equilibrio y dar licencia a cinco Cruces para instalar barra y, con ello, retomar de alguna manera aquella sana tradición. Pero no se contaba con una cosa: esta tradición inicial ha caído en el olvido.
Los jóvenes de hoy en día no conocen este beber, comer y bailar sevillanas en las calles, dentro de un orden. Los jóvenes de hoy en día recuerdan el recientemente clausurado botellódromo y, dentro de esta cultura del beber por beber, no son capaces de asociar el estar en las calles de fiesta, pero sin desfasar, simplemente caminando para ver las Cruces y tomar algo para refrescarse y reponerse de lo paseos y de los bailes por sevillanas.
Los jóvenes de ahora, a pesar de las pasajeras lluvias que han hecho aparición y que casi dan el susto, este año han hecho botellón en el Centro de Granada. Medianamente controlado, pero botellón, al fin y al cabo.
¿Cómo volver a lo anterior sin que la ciudad sea tomada por el botellón? Pues, como comentaba mi buen amigo Richar, “hay que educar a las personas”. Y hay que enseñarles a que las barras claro que son para el consumo de alcohol, pero un consumo responsable, porque en un día como el 3 de mayo, hay muchos padres que llevan a sus niños a las Cruces, por ejemplo.
Sin ser amante de las prohibiciones, lo hecho en el Albaicín habrá servido de algo. Igual no ha educado, pero sí ha evitado que uno de los barrios más míticos de Granada sufra destrozos y, lo que es peor, que viva alguna tragedia. No quiero ni pensar qué pasaría si ocurriera algo en un embudo como Plaza Larga…
Para educar, más que prohibir la entrada, habría que hacer que la gente se rascara el bolsillo. Todo aquel que esté bebiendo fuera de las barras que se lleve una multita. Otro gallo cantaría. Y llegaría el momento en el que nadie bebería fuera de las barras, la venta de alcohol a menores estaría más controlada y los bullicios más aplacados y controlados.
Sí, es drástico, pero más drástico era no tener ni una sola barra. Hay que buscar una solución intermedia, mediante la cual se pueda beber en la calle, siempre en las barras con licencia, sin que las familias sufran el caos de un botellón. Igual así no habría que vallar los recintos, poner en las barras unos vigilantes que realmente estén desbordados, o tener a la Policía Local preparada para entrar en las Cruces a las 22:00 horas y obligar a que se cierren.
No es nada fácil, porque hay que respetar las libertades de todos, para lo que todo radica en la educación. Y un dirigente político o un policía no pueden ir casa por casa de los jóvenes para asegurarse de que se van a portar bien, pero una multita que les pique, seguro que les hace reflexionar.